Conocí a Mariana en el famoso Hostal de la Boca, y se notó mucho porque todos nos volvimos un poco locos cuando llegó. La salteña estudiaba artes, pintura, grabado, esas cosas y simplemente entró con una toalla arrollada a su cuerpo y se arrojó a la cama por la que había pagado recién, que estaba en mi habitación. No se dio cuenta de que se le veían las tetas o no le importó. En ningún momento se sintió incómoda conmigo, y se paseaba de aquí para allá con un vaso mezclador de bar con vodka, contándome que en clase de pintura modelaba desnuda, y que había hecho pasarelas alguna vez. Por esos días hice una canción que ella tituló «Ratón Pérez». La cantábamos una y otra vez, y lo hacía muy bien, tanto que ya soñábamos con viajar por el mundo: che, chileno, te veo y me dan ganas de abrazarte, ¿Sabés? hasta que una tarde nos metimos unas rayas de coca que alguien trajo, asunto que llegó a oídos del administrador del hostal, y la culparon a ella de traer la droga y la echaron, así que tomó mi celular, puso Mariana junto a un conejo y agregó: porque «Salta» y se fue.
Antes de todo eso unos compañeros de la escuela de música se habían ido del hostal, para vivir cerca de la academia, y yo preferí quedarme en capital. Pero de pronto volvieron todos y me dijeron que ya estaban hartos de vivir fuera del Conurbano, porque aquí está todo el mambo, y me ofrecieron la casa que dejaban por dos mangos. Ahí fue cuando salí corriendo al kiosco a recargar el teléfono y la llamé. Mariana aceptó de inmediato irse conmigo, y aunque a mí me gustaba vivir de aquel modo, en el hostal, con todos los chicos que éramos como hermanos, necesitaba un poco de intimidad para poder tocar los estandartes de jazz, con mi armónica cromática Hohner, en otro lugar que no fuera la azotea, y además estaría muy cerca de la escuela. Quisiera poder mostrarles la cara de mis amigos cuando me vieron salir rumbo a la estación Constitución para tomar el tren con la muchacha.
Caminando rumbo a la casa, Mariana no paraba de repetir que el aroma del barrio le recordaba su infancia, y en cuanto llegamos se volvió loca, gritaba de felicidad: ¡che! ¡boludo! ¡tenemos casa! me abrazaba, corría por el jardín y cantaba como la niña que alguna vez fue.
Había una sola habitación y cada uno ubicó su colchón por ahí, y por la mañana, Mariana puso a calentar el termo tanque para ducharse, mientras hacía semidesnuda su cama y de pronto exclamó: ¡tengo frío! y yo le hice un gesto para que se metiera a mi cama. Y, eso hizo. Se metió y me tapó con la frazada la cabeza y me besó. Fue un beso largo y lento, y a continuación salió de la cama y se fue a la cocina y desde allí me gritó: ¡Buenaventura, escúchame, eso que acaba de ocurrir no va a volver a pasar nunca más! Está bien, dije, Mariana, está todo bien, no pasa nada, báñate tranquila. Se fue a su trabajo de camarera, como les llaman allá a las meseras, y yo me fui al trabajo de mierda que tenía armando escenarios. Levantamos esa vez un plató en donde estuvo la presidenta de la época, Cristina Fernández, fuera de la Casa Rosada, yo tenía miedo de lastimarme las manos y no poder tocar, ya te quiero ver recibiendo con unos guantes mugrosos que no sirven para nada esos fierros enormes que te los lanzan desde un camión, y bueno, supongo que era por mientras conseguía algo mejor. De regreso, una mujer me pidió orientación para llegar a capital, reconocí su acento chileno y le dije, pero si yo también soy chileno. Ella me miró y soltó: no se te nota. Aquello me dejó perplejo.
Mariana llegó cansada igual que yo, pero se quejaba de que la acosaban, estaba furiosa porque alguien le había agarrado el culo en el tren, incluso llegóa confesarme que se vestía como hombre para que no la molestaran, que le daban asco esos viejos del tren. A mí también me daba mucha rabia, la cosa es que esa noche dormimos juntos, no hubo sexo, pero descubrimos que andaba un ratón royendo las paredes de la casa. Lo buscamos por todas partes y no lo encontramos. Eso la afectó mal. La alteró tanto que lloraba, y el casero, que se llamaba Cesar, trató de ayudarnos, llegamos incluso a mentirle a Mariana y decirle que el ratón se había ido, que ya nos habíamos ocupado de eso, pero siguió metiendo ruido en las noches y me decidí a comprar veneno. A menudo con Cesar nos juntábamos a beber un vino malísimo que se llamaba Termidor, y que solo se podía beber con jugo o había que estar bien borracho para tragarlo, y él me hablaba de Racing y yo de Colo-Colo, y terminábamos cantando las canciones respectivas abrazados, hasta que me regaló ese llaverito de Racing que todavía tengo, llegó a decirme boludo, si alguna vez no tenés para para pagarme, no te preocupés, tomás tus cosas y te venís a dormir acá, y cuando seas famoso ¿te vas a acordar de tu amigo Cesar? ¿he?
La noche en que Mariana me pidió que me rasurara ahí abajo, en esa zona porque quería pasar su lengua por no sé dónde, sentí que la vida era hermosa, había soñado tantas veces con esos labios gruesos. Y claro, empezamos a follar a cada rato, y en todos lados, en el patio, en la cocina, grabamos incluso unos videos pornográficos que aún atesoro en un disco duro externo con una carpeta que dice XXX. Le pedía que se pusiera ese abrigo azul que usaba para modelar en la facultad, pero sin ropa por debajo, y ella me pedía que me pusiera una loción que yo usaba para después de afeitarme y me decía, medio en broma y medio en serio, que le gustaba, y nos reíamos, nos reímos mucho hasta que sin querer acabé dentro de ella. ¡Acaso eres un idiota! no recuerdo las palabras exactas, pero yo partí a comprar las pastillas para el día después en la farmacia, me las vendieron sin ningún requisito y, por dos mangos. Por supuesto que Mariana me quería matar y yo pidiéndole perdón, total que después de unos días me perdonó y volvimos a follar, pero el ratoncito todavía merodeaba y ella se subía al sillón y lloraba y no podía dormir. Por consiguiente y contra mi voluntad, porque creo que los ratones también tienen derecho a vivir, y no hay que andar matándolos por ahí, quiero decir que hay que tratarlos como a los gatos, alimentarlos y controlarlos para que no se conviertan en plagas, y usar métodos como esa pastilla que le di a Mariana, pero dársela antes, píldoras anticonceptivas. O a los machos. Yo que sé, no soy doctor, el punto es que puse veneno para ratas por todas partes y me fui donde mi profesor de instrumento III. Me gustaba mucho hablar con mi profe, porque durante la clase generalmente hablábamos de fútbol o de política, y cuando vio mi llavero de Racing se quería matar, se agarraba la cabeza y me decía ¡nooooo¡ ¡Racing noooo boludo que hiciste! ¡NOOOOOOOOOOOO!
Sentí que había traicionado a mi profesor porque yo no sabía que era fanático de Independiente: che, ese presidente de ustedes, Pinieira, es un hijo de puta ¿eh? te tenés que tocar un huevo cuando lo nombrás, nosotros cada vez que hablamos de Menem nos tocamos un huevo, y hablando de tocar vos tocás bien chabón, yo te he escuchado, tenés un lindo vibrato, quizá que no sea tan automático, pero tocás bien, tocás mejor que yo, lo sabés.
Al regresar de la escuela, vi a tres tipos que venían en dirección contraria de la mía, miré hacia atrás y no había nadie en la calle, solo esos tres tipos caminando hacia mí y use una técnica que ya había usado antes, mirarlos a los ojos a los muy hijos de puta pero no resultó porque me pusieron una pistola a la altura de la cintura y me dijeron: no hagás nada mirá que te meto un tiro ¿eh?. Y eso no fue todo eso porque César, que pasaba por ahí en su viejo y destartalado auto les lanzó el vehículo encima tratando de atropellarlos y los chorros salieron corriendo y disparando al aire, y yo le agradecí mucho a César y le dije también que estaba loco, que podrían haberle disparado, y las armónicas se las llevaron y supe que me costaría mucho volver a tener otra vez aquellos instrumentos, que me servirían además, pensaba yo, en caso de que me quedara sin trabajo, para tocar en algún boliche, o en el tren, el subte, en la calle. Eran una especie de seguro de desempleo.
Cuando entré a la casa no estaban las cosas de Mariana, se había ido y encima de mi colchón había una nota que decía:
«Buenaventura, he decidido volver a Salta. Esto no significa que no te quiera, me gustas, y me vas a gustar toda la vida, pero lo que ocurrió entre nosotros no volverá a pasar, y quiero que seas feliz, sé que lo serás.
Mariana».
Abrí el horno de la cocina para sacar un trasto y al fondo estaba el pequeño ratoncito muerto. No me alcanzaba el dinero para pagar la casa, tomé una botella de vodka que había ahí y me puse a beber y llamé a un amigo, el escritor Luis Alberto Tamayo, no recuerdo mucho lo que conversamos, pero él me mandó un texto al otro día que decía lo siguiente:
«Mi amigo Buenaventura perdió su armónica en Buenos Aires. Buenaventura amaba a su armónica. Le digo que esté tranquilo, que después logrará tener otra tan buena como esa, pero él está muy triste. Yo le digo que escriba un cuento sobre un músico que pierde su armónica, pero él ya no me escucha y conversa con media botella de vodka».
Después de eso me agarró una gripe de puta madre que me tuvo tres días tumbado en la cama. Cesar me cuidaba, me consiguió antibióticos. Cuando me sentí mejor llamé a Beatriz, que vivía junto a su amiga Karina, dos asturianas
en un lindo departamento esquina en Villa Crespo, y a quienes conocí, por cierto, en aquel hostal de la Boca, Beatriz me dijo: pásate por el departamento a cenar y luego salimos. Ambas eran fotógrafas y una de ellas publicaba en el diario La Nación de Buenos Aires. Después de comer, fuimos a una discoteca que había por allí, e insistieron en un juego en que nos teníamos que besar entre todos, así que primero besé a Karina, que era lesbiana y después a Beatriz. En algún momento sospeché que aquello era una trampa porque yo le gustaba a Beatriz, y que Karina le seguía el juego. Más tarde nos pasamos a un bar y de pronto entró una pandilla de neonazis argentinos, con chaquetas de aviador, cabezas rapadas al cero y banderas argentinas en los brazos y esas cosas, y nos buscaron conversación, y yo y mis amigas les buscamos bronca, incluso Karina llegó a decirles: ¡Vosotros no sois mas que unos sudacas de mierda! No lo dijo porque pensara eso, sino para que tomaran de su propia medicina. Yo envalentonado y todo al ver que uno de ellos era de Boca me puse a hablar sobre la copa libertadores del 91. Un neo nazi me preguntó: ¿che, vos creés que Colo-Colo ganó bien esa copa? y yo le dije: ¡Colo Colo ganó limpiamente esa copa y ustedes fueron unas ratas asquerosas! Luego me metí al baño a hacer pipí pensando aquí se va a armar la grande, y el bostero ese me siguió y se metió al baño conmigo, y mientras yo meaba me dijo: che, que pija que tenés, ¿querés que te la chupe? yo lo miré y entendí que hablaba
en serio, pensé en decirle que sí, era bastante guapo el muchacho, pero luego me arrepentí. Salí del baño y me acerqué a Beatriz y le dije: ¿estás segura de que estos son nazis? porque ese tipo de la camiseta de Boca quería chuparme la pija en el baño, no lo mires ahora, hazlo disimuladamente.
Yo estaba pensando en cómo íbamos a zafar con toda esa pandilla de fachos por lo que decidimos que mejor nos vamos. La cuestión es que nos siguieron al siguiente boliche, y después al otro, hasta que tuvimos que huir corriendo. Al llegar al departamento Beatriz me dijo que se iba a desocupar una habitación y podía estar allí un tiempo. Nos acostamos a dormir y lo primero que hizo fue dirigirse a hacia mi pija, me dijo: la única que te la va chupar soy yo.
Cesar me ayudó con las maletas hasta la estación y no me cobró lo que le debía.
Creo que nunca olvidé tan rápidamente a alguien como esa vez en que Mariana apareció y desapareció de mi vida para siempre. Esa noche, mientras Beatriz me la chupaba, pensé que la vida no era tan mala después de todo, porque de un momento a otro todos querían chupármela, lo que me hacía muy feliz.
Eso pensé, pero no estoy seguro. Quizá solo fue un buen bálsamo y todavía me masturbo mirando los videos de la carpeta XXX (Marianaabrigoazul01.WMV). No lo sé.
¡Ah! y por cierto, si quieren escuchar la canción del Ratón, búsquenla en YouTube como: «Ratón Pérez Armónica Buenaventura».

