Tomo a continuación “Infancia”, libro con el que debuta este joven autor que fuera alumno de Tamayo hace 15 años en Balmaceda, y que mantiene su nombre real en reserva, aunque deja señas claras para que se lo conozca a través de Youtube, donde puede vérselo tocar y cantar su canción “Ratón Pérez” buscándolo con su seudónimo Armónica Buenaventura. Eso sumado a una fotografía y una reseña, confirman que los 8 cuentos reunidos entroncan con la concurrida corriente de la autoficción, de suerte que entendemos al leerlas, que son historias como se dice habitualmente, basadas en hechos reales.
Salvo el primer relato que es de un tierno beso a los 10 años, los demás nos pasean por las aventuras del joven protagonista, llenas de sexo, alcohol y drogas, la sobrevivencia penosa como artista callejero, alojando en residencias colectivas o casas okupa, hogares, pensiones, usufructuando de los beneficios de ocasionales amigos o compañeros de camino, una vida de trotamundos, de linyera en lunfardo argentino, en la adyacencia o de plano en el bajo fondo delictivo, en el mundo del tráfico, la estafa y el latrocinio. Un personaje que a pesar de su autodestrucción y cinismo se permite epifanías de sensibilidad poética, un antihéroe malherido. Un chico primera línea también. Un proscrito. El protagonista de “Infancia” salta el torniquete, a la hora del amor le sirven todas las micros, es amigo de los perros de la calle, un espíritu libre y anarquista, un Aniceto Hevia cuando chico, haciendo el viaje inverso de Valparaíso a Baires, como aquél hijo de ladrón.
Publicado por Signo Editorial, un sello muy nuevo que cuenta con el reconocido escritor Jorge Calvo detrás, el libro parte con un prólogo de Luis Alberto Tamayo, y con dos epígrafes de poetas nacionales, Stella Diaz Varín y José Ángel Cuevas, con dos poemas que dan una clave de lectura desde la marginalidad y la resistencia, que adelantan el tenor de los relatos, en los que la escritura y la bohemia serán una trinchera, y el escritor, el poeta, el juglar, combatirá con la pluma y la botella. Y al leer “Infancia” corroboramos que hay pues claramente, un comprensible gesto autoral de desenfado, de aprendiz que entra en escena, vitalista, desbordado. No está pensando en qué segmento del público lector es el eventual destinatario de estas escenas. Obviamente, a pesar de su título y presentación minimalista de bolsillo, no es un libro para niños. Es más bien un manifiesto, un aquí estoy yo, rabioso y rabiosamente vivo. Un libro poético en ese sentido.